CARTA ABIERTA A GUSTAVO LAMBRUSCHINI
Estimado Gustavo:
He leído azorada tus
declaraciones en el Nº 759 de la revista Análisis y escuchado con
gran asombro tu intervención en el programa “Entrevista” de Canal 11 el
6 del corriente.
Esto, que movilizó mi memoria - y sin duda la de muchos
compañeros docentes, colegas tuyos en
Recordé así que a comienzos del
2002 fuiste uno de los 120 docentes de
Supongo que no te guió entonces el
interés mezquino de defender “privilegios feudales” sino la convicción,
que manifestabas a viva voz, de que te asistían DERECHOS fundados en la
legitimación académica obtenida al haber ganado un concurso de características
similares a los de las universidades nacionales. Derechos que considerabas
conculcados por un gobierno que avasalló ricas historias institucionales, identidades
y espacios obtenidos legítimamente
mediante concurso.
Por eso sorprende escucharte decir
ahora que “los derechos adquiridos
(de los docentes transferidos) son privilegios feudales”. O leer
que (el Reglamento de concursos para dichos docentes aprobado por el Consejo
Superior Provisorio de
Espero que no hayas olvidado
también que en el 2001 participaste activamente en la lucha del claustro y del
gremio docente en demanda de la implementación de concursos para frenar los cientos
de designaciones a “dedo” de docentes en
Y en este tren de apelar a la
memoria, vale recordar finalmente que en
febrero de 2002 integraste la delegación de AGMER que se entrevistó con la
entonces Ministra de Educación de
Considero imprescindible rescatar
estos hechos del período fundacional de
Cada universidad, como toda
institución social, es el producto de una historia particular. Por eso comparto
la opinión de Burton Clark acerca de que “el cambio
académico comienza necesariamente con la comprensión de cómo las estructuras
existentes condicionan los cambios posteriores“ (El
sistema de educación superior. Méjico, 1992). Y para una comprensión
abarcadora de esa realidad no se puede perder de vista la perspectiva de los
actores involucrados. Por todo esto, los Estatutos y reglamentos universitarios no deben ajustarse
mecánicamente a una “Ley Superior” sino que deben dar cuenta,
necesariamente, de la historia, actores
y contextos en que los mismos se
producen.
Y justamente es la conflictiva
historia de cómo se gestó
Esos “concursos truchos” se basan en los diversos regímenes concursales (Reválida, Evaluación del desempeño docente,
Concursos de renovación, etc.) aplicados en las
universidades nacionales para evaluar a los profesores que ya ingresaron
a la carrera docente mediante concursos públicos y abiertos de antecedentes y
oposición, tal como fue tu caso y el de
muchos docentes transferidos que se desempeñan en
Respecto de la reválida en
En segundo lugar, tu valoración es sorprendente porque la reválida (como otros regímenes similares) ha permitido avanzar hacia un sistema de carrera docente basado en la evaluación periódica de la tarea desempeñada. Y vos que estuviste en universidades extranjeras, debés saber que es el sistema habitual en muchos países como España, Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Francia. En esas universidades extranjeras se resguarda así la permanencia en los cargos de los docentes e investigadores experimentados (la masa crítica) cuya formación lleva años.
Para los que mencionan tanto
Como vos, fui jurado externo en
concursos realizados en universidades nacionales. Por eso comparto plenamente los cuestionamientos
sobre el valor de la clase pública como herramienta de evaluación de las
aptitudes docentes y más aún como elemento determinante de la permanencia o no
en un cargo. Por el contrario, rescato en la reválida el indudable valor de la
entrevista en la que el concursante, en interacción con el jurado, puede
fundamentar epistemológicamente su propuesta
académica y justificar los métodos de
enseñanza-aprendizaje utilizados. Es esa y no una clase ficticia de 40/60
minutos, sujeta a circunstancias impredecibles, la instancia de real validación
en un concurso y que puede ser incluso una instancia de aprendizaje para el
concursante.
Hay otra cuestión central que no
se puede ignorar y que quizás explique tu “incómoda” posición de crítica a la
reválida mientras la aceptas en los hechos cuando te toca el turno. Y es que
este sistema permite conciliar las exigencias académicas con el derecho básico
a la estabilidad de los trabajadores reconocido universalmente. En
este sentido, supongo que no objetarás el concepto de que el docente universitario es un
trabajador más
que opera en el campo de la creación, transmisión y aplicación de
conocimientos.
Finalmente, por lo que
te escuché decir, creo que hay un punto en el que coincidimos:
el rechazo de la afirmación reduccionista o
pensamiento mágico relativo a que la excelencia académica pasa por los
concursos abiertos. Sabemos bien que esa excelencia sólo es posible cuando
existen recursos y condiciones adecuadas para enseñar, investigar, hacer extensión y
para aprender. Y por sus graves carencias en infraestructura, libros,
laboratorios, equipamiento, becas, así como la falta de un régimen laboral de
cargos y dedicaciones docentes, esas condiciones son casi inexistentes en
Pude comprobar
personalmente que significa haberse formado en una universidad de alto nivel de
excelencia cuando cursé estudios de posgrado en
Creo que hay otro punto en el que
podríamos coincidir. Y es que en lugar de este conflicto incomprensible (si se
ignoran los intereses políticos, motivaciones y ambiciones personales que lo han originado), hubiera
sido mejor instalar un amplio debate sobre la crisis de sentido que afecta a
Cordialmente.
Blanca Benavidez
Paraná, 10 de
julio de 2007.