1º
de Mayo – Día del Trabajador
Cómo ocho
trabajadores asesinados, sin saberlo, influirían en los proletarios del mundo
Por
Mario Bernasconi
AGMER
Seccional Uruguay
Nelson
Díaz. Diario “La República” de Uruguay.
Eran
ocho trabajadores, muchos de ellos inmigrantes, o de familias de inmigrantes
del viejo continente, que habían llegado a la "tierra prometida" en
busca de nuevos horizontes. El capitalismo aún "en pañales" disparó,
juicio mediante, literalmente sobre los "subversivos". Como un
"boomerang", la tragedia logró todo lo contrario para el poder de
turno. Ese día quedó a marcado a fuego.
Hace 124
años, el 1º de mayo de 1886, ocho trabajadores ácratas
y militantes sindicales, fueron juzgados y siete de ellos asesinados en Chicago
por el simple hecho de reclamar ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y
ocho horas de recreación. En definitiva, los derechos de los asalariados.
Fueron detenidos, y tras un juicio sin derecho a una defensa justa, fueron
ejecutados August Spies (de 31 años, periodista y director del "Arbeiter Zeitung), Michel Schwab
(33 años, tipógrafo y encuadernador), Adolf Fischer (30 años, periodista),
Louis Lingg (22 años, carpintero), Samuel Fielden (39 años, pastor metodista y obrero textil), George
Engel (50 años, tipógrafo), Albert Parsons (38 años, ex candidato a la
presidencia de Estados Unidos por los grupos socialistas) y Rodolfo Schnaubelt, cuñado de Schwab. En tanto, Oscar Neebe (36 años, vendedor) fue condenado a 15 años de
trabajos forzados.
Este criminal
asesinato fue el disparador del nacimiento del "Día Internacional de los
Trabajadores".
El 1º de mayo de 1886,
los trabajadores de la Federación de Sindicatos Organizados y Uniones Laborales
de los Estados Unidos y Canadá realizaron una huelga en reclamo de sus
reivindicaciones. El movimiento comenzó a gestarse en 1884, durante el IV
Congreso de la asociación de obreros. Los trabajadores no esperaron al 1º de
mayo de 1886 para presionar por esta demanda y en varias ciudades de Estados Unidos
se desarrollaron huelgas antes de esta fecha. Las movilizaciones lograron que
unos 30.000 mil obreros accedieran a este beneficio en abril de ese año.
El 1º de mayo cinco
mil trabajadores se declararon en huelga, al tiempo que más de 300.000
trabajadores salieron a las calles para expresar esta demanda. Con diferentes
grados de éxito, los trabajadores de varios sectores y ciudades lograron
establecer la jornada de ocho y, en otros casos, se lograron jornadas de diez
horas diarias con aumento de salarios.
En ese entonces la
ciudad de Chicago era un centro de gran actividad industrial, donde los
acontecimientos tomaron un giro diferente. Existía un fuerte ambiente antitrabajadores cultivado por los empleadores y los medios
de comunicación a su servicio. Frases como "el plomo es la mejor
alimentación para los huelguistas" se repetían entre los empleadores y los
periódicos locales.
Estas actitudes
crearon respuestas más radicalizadas por parte de los trabajadores, y comenzó a
emerger con fuerza el movimiento anarquista en el seno del capitalismo. A
través de medios de comunicación obreros -publicados en alemán y en inglés- se
impulsó la acción reivindicativa para un público lector formado por inmigrantes
de primera generación.
Aquel amanecer del 1º
de mayo encontró a la ciudad de Chicago en el más completo silencio. Sólo una
usina seguía funcionando. Se trataba de la fábrica de máquinas agrícolas McCormick, la que, desde febrero de ese año, funcionaba con
rompehuelgas.
El 3 de mayo se hizo
una nueva manifestación frente a esta industria y en la oportunidad hizo uso de
la palabra el obrero August Spies. Al término de la jornada se enfrentaron los
manifestantes y los rompehuelgas, tras lo cual una compañía de policías atacó a
la muchedumbre y disparó a quemarropa. El resultado fue seis muertos y varios
heridos.
Al día siguiente se
unas 15 mil personas llegaron a una de las plazas más importantes de la ciudad.
En el lugar se dirigieron a los manifestantes los dirigentes obreros Spies,
Parsons y Fielden.
En un momento,
mientras hablaba el último y cuando ya la concurrencia se encontraba bastante
mermada, avanzaron 180 policías contra los manifestantes ordenando poner fin a
la reunión.
Inexplicablemente, los
policías abrieron fuego contra los obreros, matando a 38 e hiriendo a 115 de
ellos. Chicago fue puesta en estado de sitio y se inició una batida contra
anarquistas, socialistas y trabajadores extranjeros, especialmente originarios
de Alemania.
EL PROCESO A LOS
TRABAJADORES
Como si se tratara de
la novela de Kafka, la detención se inició de inmediato con la complicidad de
la prensa que daba por descontada la absoluta culpabilidad de los dirigentes en
los sucesos de los días anteriores. Se dijo que Schanaubelt
había arrojado la bomba, que Spies y Fischer le ayudaron y que Lingg la había fabricado.
Simultáneamente, se
desarrollaba el examen de candidatos para integrar el Gran Jurado. El juicio se
inició el 15 de julio de 1886, promoviendo el fiscal Grinnell
los cargos de conspiración y asesinato de policías. Llegó a afirmar que los
sucesos fueron promovidos por una revolución el 1º de mayo.
Los testigos contra
los dirigentes fueron el capitán de policía a cargo de la represión y los ex
anarquistas Waller, Scharader y Sclinger.
Diversas afirmaciones de los "testigos" fueron desestimadas por
tratarse de falsedades comprobadas.
El juicio resultó una
farsa montada con el único objetivo de culpar a los dirigentes obreros y así
desbaratar su movimiento.
El 20 de agosto de
1886, el jurado dictaminó condena a muerte para Spies, Schwab, Lingg, Engel, Fielden, Parsons y
Fisher y 15 años de trabajos forzados para Neebe.
Tras esto, se concedió la palabra a cada uno de los condenados los que hicieron
gala de elocuencia y valentía para enfrentar tan dramático momento.
Relato de la ejecución
"...salen de sus celdas. Se dan la
mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con
esposas plateadas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les
ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos... abajo
la concurrencia sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un
teatro... plegaria es el rostro de Spies, firmeza el de Fischer, orgullo el del
Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita que la voz
que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera
yo decir ahora... los encapuchan, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los
cuatro cuerpos cuelgan y se balancean en una danza espantable..."
José Marti (Corresponsal en Chicago
de "La Nación" de Buenos Aires)
Chicago, 1887
Cada
primero de mayo,
serán
resucitados
Les espera
la horca. Eran cinco, pero Lingg madrugó a la muerte
haciendo estallar entre sus dientes una cápsula de dinamita. Fischer se viste
sin prisa, tarareando “La Marsellesa”. Parsons, el agitador que empleaba la
palabra como látigo o cuchillo, aprieta las manos de sus compañeros antes de
que los guardias se las aten a la espalda. Engel, famoso por la puntería, pide
vino de Oporto y hace reír a todos con un chiste. Spies, que tanto ha escrito pintando
a la anarquía como la entrada en la vida, se prepara, en silencio, para
entrar en la muerte.
Los
espectadores, en platea de teatro, clavan la vista en el cadalso. Una seña,
un ruido, la trampa cede… Ya, en danza horrible, murieron dando vueltas en el
aire.
José Martí
escribe la crónica de la ejecución de los anarquistas en Chicago. La clase
obrera del mundo los resucitará todos los primeros de mayo. Eso todavía no se
sabe, pero Martí siempre escribe como escuchando, donde menos se espera, el
llanto de un recién nacido.
Eduardo
Galeano
Extraído del
libro de Memoria del Fuego (II)
1º de Mayo, Día del Trabajador ...
¿o del trabajo?
Alejandro Bernasconi.
AGMER Seccional Uruguay
Extraído de La Hoja Nº 11, Abril
de 2005
El 1º de mayo celebraremos nuestro
día; lo haremos junto a miles de millones de otros trabajadores, ocupados o
desocupados, en actividad o pasivos, que también lo estarán festejando.
Sin embargo, cada vez más en los
medios de prensa, en las carteleras escolares, como parte de los discursos
cotidianos, se habla del “día del trabajo”. La diferencia no es menor, ni
ingenua. Se intenta, como en tantos procesos de vaciamiento del valor simbólico
de las cosas, reemplazar lo que debería de ser un momento de festejo y
reflexión crítica del sujeto colectivo “trabajador”, por el trabajo como valor
en sí mismo sin sujeto.
El mundo medieval, precisamente,
convirtió el trabajo en un valor independientemente de las condiciones de
explotación y dominación de los sujetos que realizan el proceso de trabajo. El
capitalismo maximizó esta concepción.
Pero decíamos que los docentes
festejaremos nuestro día junto a camioneros, barrenderos, operarios fabriles,
trabajadoras sexuales, etc., etc., con quienes tenemos en común que vivimos de
la venta de nuestra fuerza de trabajo a cambio de un salario. La característica
constitutiva fundamental de la clase trabajadora en las sociedades capitalistas
es la no posesión de los medios de producción y la falta de control sobre el
proceso de producción (sea este de bienes materiales o simbólicos). Es decir,
sólo intervenimos en los procesos de producción, vendiendo lo único que
poseemos: nuestra fuerza de trabajo. De allí el carácter injusto y desigual de
la sociedad capitalista: somos precisamente quienes ponemos la fuerza de
trabajo (que crea los bienes y la riqueza) los que menos podemos disfrutar de
ella.
Paradójicamente los docente poseemos, a diferencia de muchos otros, un
peculiaridad peligrosa para el sistema: un mayor poder de intervención sobre el
proceso de producción (en nuestro caso de conocimientos) que el poder no puede
controlar directamente. Por ello la fuerte presión sobre el magisterio para devaluarlo
y convertirlo sólo en un reproductor mecánico en la transmisión de
conocimientos (que lógicamente otros han elaborado) mediante su pauperización o
conversión en un profesional liberal. De aquí derivan los esfuerzo por
disciplinar las prácticas docentes e imposibilitar que asuma la conciencia de
clase y el potencial profundamente transformador que tiene su trabajo. La
máxima del sistema capitalista para los docentes es tener “operarios” que le
insuman el mínimo de costo laboral y le rindan el máximo en la reproducción del
orden social vigente (su enseñanza acrítica).
Festejar el día del trabajador es
por lo tanto y en principio, asumirse trabajadores, comprender la hermandad de
origen y destino con otros trabajadores. Para los docentes, supone además
pensar cómo enseñamos en las aulas a los hijos de nuestros hermanos de clase
que el orden social vigente es el reino de la injusticia para las mayorías y,
por lo tanto, debe ser transformado. Por lo tanto, tenemos como misión ética
que enseñar cómo funciona este mundo y cómo podemos cambiarlo. O por lo menos,
intentar descubrirlo junto a nuestros alumnos. Liberarnos en la medida que
liberamos a otros de la peor de las opresiones: la de la conciencia de clase
negada. Cuando descubrimos esto, nuestro trabajo no sólo nos hace libres, sino
además felices. Si no es así, es hipócrita pensar en festejar “el trabajo”,
cuando sólo sirve para explotarnos y alienarnos.
Un sencillo pero buen comienzo, es
dejar de poner en las carteleras “día del trabajo”, poner “1º de mayo día del
trabajador” y reflexionar sobre que decimos cuando decimos lo que decimos.
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