Las trampas de las palabras

por Ana María González, AGMER Uruguay

 Cada vez que el poder, sea cual fuere, quiere imponer algo injusto de manera solapada, necesita reforzar el discurso y disfrazar sus intenciones tras las palabras.

Así los docentes en la década del 70 debíamos cumplir el rol docente. Nuestros documentos se plagaron de este término. ¿Pero qué significa?. Es un término que deriva del francés y que procede del ámbito artístico, es decir los docentes somos  como actores: vacíos de sentimientos y necesidades y tenemos la obligación de representar un listado de roles o papeles que pasan a ser obligaciones que cumplir. Las enumeraciones eran tantas y tan heterogéneas que la sagrada de enseñar se dispersó entre las otras y se nos exigió un sin fin de funciones. Así debíamos ser docentes, segundos papás, psicólogos, amigos, contenedores, entretenedores, animadores, coordinadores...Como consecuencia de esta nominación se nos recargó de trabajo, al tiempo que ingresaron al sistema personas sin preparación pedagógica pero que tenían perfil para el ambiguo  rol docente.

La década del noventa nos embaucó del profesionalismo docente que debíamos ostentar y defender. Para esto nos saturaron de cursos durante los fines de semana y aún en vacaciones, nos impusieron terminología de mercado: la educación es un servicio y los educadores y educandos usuarios del sistema. El orgullo de llamarnos profesionales nos hizo creer que podríamos aspirar a recibir sueldos acordes a nuestra especialización y reconocimiento social similar al de otros profesionales. Nada de esto sucedió sino lo contrario: la exigencia de que nuestra profesionalidad nos preparaba para toda clase de contratiempos e improvisaciones. Conforme a esto la sociedad nos exige que con sólo nuestro saber y profesionalismo (y sin recursos) resolvamos el tema de las carencias  del alumno y (afectivas, económicas, sociales, familiares), las carencias  de las aulas, las carencias  de las escuelas ,  las de la sociedad y finalmente (si podemos y tenemos tiempo) las propiamente nuestras y de nuestras familias.

Como si fuera poco, hoy y siempre  se nos reclamó la vocación ese llamado divino que inexorablemente tenemos que cumplir: la docencia es un apostolado. Pero la generalidad, padres, periodistas y aún algunos docentes, la usan y entienden de manera tergiversada o mal intencionada porque la vocación  se aplica a todas las profesiones. En la nuestra se refiere a la convicción y compromiso con los contenidos que desarrollamos, al trato respetuoso que damos al alumno, a nuestra conciencia de que formamos un ciudadano, una persona responsable y sobre todo hacerle honor al título y perfeccionamientos que continuamente aplicamos. Esto es tener vocación y no debe confundirse con aceptar mentiras maltratos, incoherencias o presiones y se nos pretenda convencer de que nuestro sacerdocio es gratuito (¿hay alguno que lo sea?). Es evidente que algunos no ven que además de tener vocación docente tenemos vocación de padres y de argentinos y como todos los buenos  padres argentinos nos preocupamos por la falta de presente y futuro de nuestros hijos.

Pero la verdad es que elegimos esta profesión, como se supone que todos deberían hacerlo, por vocación pero somos trabajadores asalariados, vivimos de nuestro sueldo al igual que la mayoría de los padres de nuestros alumnos.  Nuestro empleador nos paga mal (poco y en negro, no reconoce las jerarquías) y jamás nos reconoció el trabajo extra que sólo nuestras familias ven: preparación y asistencia a actos, correcciones de trabajos, preparación de clases, participación, apoyo  y acompañamiento a nuestros alumnos en torneos.

Ojalá algún día la crítica social sea justa y se haga a todos los sectores no sólo al más vulnerable y débil que es el nuestro porque todo lo que se nos exige a los docentes, no se le reprocha a otros trabajadores y tantos funcionarios que hacen tantos juramentos de  buen desempeño. ¿Por qué? Porque tal vez haya algunos que sólo tienen vocación de pegarle al que pueden y se animan con los débiles y no le exigen a quien deben por impotencia o complicidad.

 

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